El horror total del Holodomor [carta al director de La Vanguardia]

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El artículo sobre “Chikatilo” de Mónica G. Álvarez, además de brillantemente literario, hace un interesante apunte sobre lo que posiblemente originó la enajenación mental del que fuera el asesino más sanguinario de la época final de la Unión Soviética. Y es la historia que supuestamente escuchó a su madre cuando era niño sobre que “su hermano mayor Stephan fue raptado por unos campesinos que lo desollaron y acabaron comiendoselo”.

Sin embargo, resulta del todo desconcertante para el lector el dato sin mayor referencia de que “en la década de los años treinta en Ucrania el secuestro y asesinato de jóvenes era de lo más común debido a la falta de alimentos”. Así, la afirmación de la autora sobre que “el canibalismo era una práctica habitual” requiere ser situada en sus justos términos.

La referencia a la hambruna de los años treinta no es otra cosa que el conocido como Holodomor de 1932-1933: un crimen atroz del gobierno soviético contra la población rural, perpetrado principalmente en Ucrania, para eliminar todo una capa social, nacional y cultural de la población resistente a la colectivización de la economía. La artificialidad deliberada de esa hambruna, provocada por el régimen de Stalin, ha sido calificada por el Parlamento Europeo como crimen contra la humanidad y condenada como genocidio del pueblo ucraniano por los parlamentos de Cataluña e Islas Baleares. El reciente libro de Anne Applebaum, “Hambruna roja”, pone muy bien el foco sobre esta parte de nuestra historia común europea.

Si bien la ocultación en la URSS de ese acto de terrorismo de Estado ha hecho que desconozcamos la cifra exacta de muertos por inanición que causó, se calcula que fueron varios millones de inocentes, hasta diez según algunos estadistas. El bloqueo de los pueblos y la confiscación de las reservas de comida del campesinado, convirtiendo en delito la mera posesión de granos de trigo y reprimiendo duramente a quien intentara robar las provisiones custodiadas por las autoridades, forzó a las personas -tras intercambiar lo último que les quedaba- a la degradante práctica de encontrar alimento en sus animales de compañía, luego ratas, hierbas, cortezas de árbol, etc.

El tema del canibalismo en este relato no puede mencionarse a la ligera, pues supone el horror total y el ejemplo más claro sobre la dimensión cualitativa de la tragedia del Holodomor. Cuantitativamente, se considera que la antropofagia que tuvo lugar -más como carroñería de personas mayores muertas de hambre o enfermedades que como depredación- no debió ser demasiado representativa. Al menos, las pruebas sobre aquello son pocas. Personalmente, me viene a la mente una sentencia del Tribunal Supremo de la república soviética ucraniana que por aquella época absolvió a una madre que siguió el consejo de un sacerdote y sacrificó a uno de sus hijos pequeños para que de la venta de su carne conseguir el sustento con el que pudieran sobrevivir sus otros hijos.

Actualmente, por iniciativa de la asociación Instituto 9 de Mayo y con apoyo de la Fundación por la Justicia, la cuestión sobre la necesidad de sensibilización y conocimiento sobre el Holodomor entre las grandes atrocidades del siglo XX está siendo sometida a la consideración de las Cortes Valencianas.

* Esta publicación puede contener opiniones personales de la autora que no representan, necesariamiente, la postura del Instituto 9 de Mayo.

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