La respuesta a la pandemia que nos hace más europeos (LEVANTE-EMV)

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Artículo (editado) del original que bajo el título “Ante la pandemia, dignidad“ ha sido publicado el 21.02.2020 en Levante-EMV por el presidente del Consejo del i9M en coautoría con Gustavo Zaragoza.

A principio de los años 2000, se encontró en Georgia un cráneo de casi dos millones de años de un homínido completamente desdentado. Nuestro antepasado podía tener alrededor de 60 años a la hora de fallecer y, dicen los expertos, constituye la primera prueba de comportamiento humano desinteresado. Y es que sin dientes no se puede masticar ni carne ni vegetales; es decir, alguien tuvo que ayudarle y seguro que no fue la providencial “mano invisible” de la selva, sino una red más visible, próxima, real e infalible: los familiares y amigos.

Los darwinistas sociales argumentaban que, durante esos dos millones de años, sólo los fuertes han sobrevivido, y que el “sálvese quien pueda” era la regla imperante –junto al Laissez-faire– que debían regir la sociedad y el mercado.

No podían estar más equivocados. La ayuda mutua, los proyectos y acciones comunitarias, la solidaridad, la protección a los niños y los mayores o el sacrificio individual por el bien colectivo son algunos de los comportamientos que han permitido afrontar peligros, escasez, catástrofes, etc.

Si estos comportamientos fueran la excepción y no la regla –como defienden los pesimistas antropológicos– la adversidad se nos hubiera llevado por delante durante estos dos millones de años.

Y en lugar de eso hemos sido capaces de institucionalizar la ayuda mutua y convertirla en derecho, generar la estructura asistencial para responder ante la adversidad –traducida en pobreza, ignorancia o enfermedad– y lanzar sistemas de bienestar que, a través de la sanidad pública, la educación, las pensiones y los servicios sociales, son capaces de acudir ante el infortunio de los grupos más vulnerables de la sociedad… En definitiva, hemos sido capaces de garantizar respuestas que permiten redistribuir las oportunidades y procurar niveles de calidad de vida digna a grandes grupos de la población.

Los resultados son más que visibles. El envejecimiento poblacional no es otra cosa que el éxito de la vida, ya que personas longevas como casos singulares siempre han existido, la diferencia es que ahora esa posibilidad se alcanza por un porcentaje muy elevado de la población.

Respecto a la salud, es una evidencia que comprobamos constantemente gracias a un sistema de respuesta ante la enfermedad que consigue dar soluciones eficaces y accesibles al conjunto de la ciudadanía. La educación como ascensor social y el sistema de pensiones como una muestra de solidaridad intergeneracional constituyen una cuadratura de la organización social que hemos denominado Estado del bienestar y que es la fórmula más avanzada que ha existido a lo largo de la historia de la civilización.

Esta reflexión viene porque somos muchos los que vemos una hermosa idea latente, subyacente en las graves medidas que el Estado y la sociedad están tomando para hacer frente al coronavirus.

La lógica en cascada es la siguiente: las medidas se toman para ralentizar el contagio; cuánto más lento sea el contagio menor es la probabilidad de colapsar el sistema sanitario; cuánto menos saturado esté, mejor calidad en la atención y mayores probabilidades de supervivencia tendrán nuestros mayores.

Pero hay algo más. Muchos de los mayores infectados que arrastran otras enfermedades probablemente morirán. Sin embargo, todo el esfuerzo colectivo del Estado de bienestar, su sistema nacional de salud y la solidaridad de la sociedad harán lo posible para que esa muerte sea digna.

Todos luchamos para que no mueran en un pasillo, sin ventilación mecánica, o en un gimnasio, o en una cuneta en la calle o junto a profesionales sanitarios desesperados o impotentes. Todos hacemos lo que está en nuestra mano para que eso no suceda, continuando la ancestral tradición solidaria que nos hace humanos y que culmina en el ideal europeo al que todos contribuimos con nuestro civismo.

Gustavo Zaragoza, Pablo Gil

* La opinión de los autores no representa la postura del Instituto 9 de Mayo ni ha de coincidir, necesariamente, con la opinión del equipo del i9M.

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